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Euskera facil, gaditano dificil (II)

Bien, obviaré todos estos inconvenientes y pasaré a la acción. De siempre las mejores informaciones se consiguen en los bares, así que me acerqué al bar más próximo al puerto (perdón al “muelle”), uno que se llama “Lucero” y pedí un tubo (de cerveza, se entiende) pero el camarero no lo entendió. Yo más o menos le expliqué lo que quería y él con aire de suficiencia me dijo: “Ah, usted lo que quiere es un bó“. Joder, no sabía yo que también tenían un idioma particular los gaditanos.

Me acomodé en la barra del bar y puse la oreja atenta a lo que allí se cocía. Me acerqué la cerveza a los labios, tomé un trago largo y de pronto escuché la palabra mágica: “Picha”.

¡Dios!, por fin la suerte me vino de cara. Casi no podía creérmelo. Me atoré con la cerveza, me puse perdido, pero merecía la pena. Había encontrado a la persona que estaba buscando. Bendita suerte la mía. Con disimulo me acerqué a los dos hombres que charlaban de un tema que no comprendía, pero tenía que ver con la música y con los coros. Y con un jurado, que por lo visto no tenía ni idea. Gente, sin duda muy creyente. Aunque mal hablada eso sí, se escapaban de vez en cuando, demasiado de cuando en cuando, palabras mal sonantes, que no creo deban reproducirse aquí. Pero, a mí lo que me interesaba era que uno de ellos fuera “el picha”. Y para asegurarme que ese era el tipo que buscaba, pedí otro bó y pegué la oreja a la conversación.

Efectivamente, a lo largo de la conversación, uno de ellos: un tipo bajito (1,65 no más) moreno, 40 años, delgado, que no tenía ni media bofetada, era llamado constantemente “picha” por su compañero de conversación. Jo, pensé, Dios le da pañuelos a quien no tiene nariz. No sé si lo captan ustedes. Porque aquel tipo se estaba trajinando a la mujer de mi cliente. Y aunque esté mal decirlo, porque yo soy un profesional, es una hembra de bandera. No me extraña que a ese tipo le dijeran “el picha”, porque sin duda era lo único bueno que tendría.

Bueno bueno, que me desvío de la trama. Había dado con el individuo, eso era lo importante. Esperé tranquilamente a que acabaran la conversación y seguí al “picha” con la idea de abordarlo sólo y sin testigos. Y ocurrió un caso hasta ahora inédito en mi dilatada carrera. Se encontró con un amigo suyo y al saludarlo le dijo: ¿que pasa PICHA?. Y el otro le contestó: muy bien PICHA, ¿y tú?.

Sí, efectivamente; había dos individuos con el mismo alias. Y a decir verdad, este segundo tipo tenía mejor planta de amante que el escuchimizado de antes. Pero en esto de la investigación nunca se puede descartar a ningún sospechoso. Lo malo de todo esto es que ahora tendría que doblar mis esfuerzos y hacer seguimientos alternativos, para comprobar cual de ellos era el verdadero amante.

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